Difícil es juzgar
las decisiones de intelectos elevados, sobre todo cuando la balanza afirma en
un extremo el capricho, y en el otro la determinación. Ingredientes que rara
vez contiene un mismo ser, y cuando sucede, nos encontramos con individuos que
tienen el mundo a sus pies, y otros que con sus mismas manos acaban con sus
vidas sin lograr probar un destino menos obscuro. De cualquier forma, ambos
decidieron.
Y como aquí
nos encontramos para hablar de ficción, y aunque este tipo de personalidades debería
abundar el mágico mundo de las historias de TV, casualmente no sucede porque es
difícil lograr tal precisión de una idea que generalmente se esconde sin
acercarse a temas que podrían hacer tiritar a ciertos grupos. O de manera más
directa, llegar a atreverse.
En este caso,
los trabajos internos en la política, y la posible asexualidad del protagonista
salen a relucir rompiendo la pared del tabú y asegurando una segunda temporada
sombría, y emocionante.
A Scandal In Belgravia.
Pero “La
vida continúa,” y así es como John enmarca una de las aventuras que vive junto
al detective, luego de que Jim Moriarty decidiera que su muerte quedara para
otro día que no estuviera tan atareado. Lo cual anula cualquier relevancia al
impresionante final de temporada pasado, pero así es la televisión, y cualquier
cliffhanger o jump the shark es bienvenido para mantenernos en suspenso.
Moriarty no
es el único atareado, y eso Sherlock lo agradece, y aunque la mayoría de los
casos que llegan a su puerta son, para él, muy aburridos, no puede negar que su
querido Watson ha hecho un gran trabajo exponiendo su figura doméstica y
brillante en su visitado blog, la cual llega a los medios y nos entrega la genial
excusa para apreciar la famosa gorra del ícono. Detalle que llama mucho más la
atención que enumerar su fanatismo por distintos tipos de cigarrillos. Algo de
lo que uno no debiera bromear, porque Sherly se ofende y es capaz de no ayudar
a Lestrade en medio de un análisis criminal.
Este voluble
carácter no nos sorprende a estas alturas, y John parece consentir aquellos
caprichos haciendo
el trabajo de Sherlock mientras él duerme y olvida por
completo la presencia del visitante que trajo el nuevo caso a su hogar. Y como
su comodidad está primero, John debe hacerse cargo de que la magia de la
tecnología alcance su intelecto.
Ni aquel
caso, ni la Reina de Inglaterra harán que Sherlock cambie sus sábanas por ropa
cuando su ánimo no la necesita, y tal como se comporta en su casa, el Palacio
de Buckingham es testigo de la infantil conducta hasta que Holmes mayor llega a
escena y saca sus garras para aterrizar a su hermanito. Lo cuál es bastante
irónico dado el caso de típicos políticos y gente con poder que juegan como
niños pero se destruyen cuando su nuevo juguete les aburre.
El caso de
Irene Adler trae consigo más de un efecto. Sirve para que Mycroft reluzca la
escasa experiencia sexual de Sherlock en público, para obtener provecho y asilo
político, para mantenerse con vida, y tambaleando entre la seguridad y la duda,
para tratar de alcanzar el corazón del detective. Jugando con fuego, claro
está, pues nada asegura a esta famosa dominatrix que sus aventuras junto a
Sherlock terminen como ella las tenía planeadas.
Los
escándalos de Adler están en mi memoria no por novelas, si no por las propias
noticias del moderno día a día, y recordar de donde esta obvia “metáfora” se
influenció para traspasarla a ficción es tarea fácil. Pero como no estoy gratis
para farándula política, me quedo con el personaje; la única, Irene, quien es
capaz de mucho, y aunque ni ella ni Sherlock quieran reconocerlo, logra incluso
que se les mueva el piso a ambos.
El transcurso
de tiempo reducido en hermosas secuencias nos llevan hasta la Navidad,
increíblemente celebrada junto a los pocos pero cada uno de los amigos de la
pareja en el 221B, y el ánimo de Sherlock, más irritable que de costumbre se
revela en innecesarias muestras de su inteligencia y deducción en contra de
Lestrade, la actual pareja de John, y Molly, quien luego de avergonzar en
frente de todos, a cuenta de su insensibilidad, le pide disculpas, para la
sorpresa de Watson.
A Sherlock
le esperan choques a sus sentimientos, y con la supuesta muerte de Adler, su
comportamiento se
vuelve aún más extremo, escondiéndose casi completamente en
la composición de música junto a su violín, guardando su habla, y tratando de
adivinar la contraseña de la evidencia que Irene escondía como seguro en su
móvil.
La poesía
continúa con el lazo entre él y su hermano, sus dichos, las preocupaciones, que
incluso cuando esconden conveniencias e intereses, no dejan de ser reales al
enfrentar el sentimiento de alienación cuando se comparan con el resto de los
humanos. Lo que por supuesto es soportado por la paciencia y entendimiento de
Watson, quien se encarga de que el más joven de los Holmes no recurra a las
drogas para apoyar su depresión.
Y el renacer
de Adler llega punzante con sus directas acusaciones sobre qué tan cercanos son
Sherlock y Watson, cuán interesado pueda estar el detective en ella, cuánto
debería hacer ella para hacerlo caer en sus encantos, o si existe algún atisbo
de inclinación sexual o amorosa en su vida.
Dudas y
suposiciones que por supuesto no verán luz, y una de las tantas razones que
vuelven a Holmes una criatura fascinante.
El gran
secreto está por encima de todas estas implicaciones, y de todos los
personajes, incluso de Mycroft y su influencia, o Moriarty y su trabajo de rata
de los poderosos.
Con Mycroft
resulta perverso entender que sea parte del gran circo que es la política. Tal
vez porque se
llega a apreciar al personaje como uno de los cercanos, tal vez porque
cualquier montaje de las potencias, en nuestra realidad, culminaría con miles
de vidas de personas inocentes. Lo cual en esta obra, no ocurre. Pero resulta
muy interesante que la cercanía con la que juega la historia en medio del
corazón británico, tan popular, tan respetado, tan Real, se exponga a la franca
muestra de trabajos terroristas internos que se ven forzados y forjados para esconder
causas que podrían acabar con relaciones internacionales o escándalos mundiales
que al parecer son mucho más importantes que las vidas humanas.
Y pese a que
no sirva de mucho, considerando que las series de TV son puestas en nuestras
narices como “entretenimiento superficial,” nunca está de más el tratar de
clickear algunas mentes con un guión que bajo otras circunstancias, no
alcanzaría tal aceptación para exponerse.
Hoy me
encuentro sin título, y decir más sería manchar el romanticismo de uno de mis capítulos
favoritos, el cual en una hora y media, pasa por temas que están tratados de
manera exquisita.
Y sin encabezamiento
se quedará Sherlock Holmes y lo que pase por su mente o corazón, pero para eso
no necesita un nombre, porque sería romper con su delicioso misterio… Misterio
que a él mismo le sorprende cuando es capaz de nombrar lo único de una persona,
que le hace sonreír y fantasear, hasta llegar a salvar, y hacer lo impensable
sin corromper la ilusión. Lo único que logró recibir un título por el propio
detective: “La Mujer.”
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