miércoles, 1 de mayo de 2013

Sin título.

Difícil es juzgar las decisiones de intelectos elevados, sobre todo cuando la balanza afirma en un extremo el capricho, y en el otro la determinación. Ingredientes que rara vez contiene un mismo ser, y cuando sucede, nos encontramos con individuos que tienen el mundo a sus pies, y otros que con sus mismas manos acaban con sus vidas sin lograr probar un destino menos obscuro. De cualquier forma, ambos decidieron.

Y como aquí nos encontramos para hablar de ficción, y aunque este tipo de personalidades debería abundar el mágico mundo de las historias de TV, casualmente no sucede porque es difícil lograr tal precisión de una idea que generalmente se esconde sin acercarse a temas que podrían hacer tiritar a ciertos grupos. O de manera más directa, llegar a atreverse.
En este caso, los trabajos internos en la política, y la posible asexualidad del protagonista salen a relucir rompiendo la pared del tabú y asegurando una segunda temporada sombría, y emocionante.

A Scandal In Belgravia.

Sherlock no entiende por qué una entrada de un blog necesita un título. Francamente yo tampoco lo
entiendo, o es que es imposible encapsular una historia en una pequeña frase al comienzo de un post. Sobre todo después de probar el adiós con un par de miradas que se prepararon para explotar junto a tu mejor amigo y tu rival.
Pero “La vida continúa,” y así es como John enmarca una de las aventuras que vive junto al detective, luego de que Jim Moriarty decidiera que su muerte quedara para otro día que no estuviera tan atareado. Lo cual anula cualquier relevancia al impresionante final de temporada pasado, pero así es la televisión, y cualquier cliffhanger o jump the shark es bienvenido para mantenernos en suspenso.

Moriarty no es el único atareado, y eso Sherlock lo agradece, y aunque la mayoría de los casos que llegan a su puerta son, para él, muy aburridos, no puede negar que su querido Watson ha hecho un gran trabajo exponiendo su figura doméstica y brillante en su visitado blog, la cual llega a los medios y nos entrega la genial excusa para apreciar la famosa gorra del ícono. Detalle que llama mucho más la atención que enumerar su fanatismo por distintos tipos de cigarrillos. Algo de lo que uno no debiera bromear, porque Sherly se ofende y es capaz de no ayudar a Lestrade en medio de un análisis criminal.

Este voluble carácter no nos sorprende a estas alturas, y John parece consentir aquellos caprichos haciendo
el trabajo de Sherlock mientras él duerme y olvida por completo la presencia del visitante que trajo el nuevo caso a su hogar. Y como su comodidad está primero, John debe hacerse cargo de que la magia de la tecnología alcance su intelecto.
Ni aquel caso, ni la Reina de Inglaterra harán que Sherlock cambie sus sábanas por ropa cuando su ánimo no la necesita, y tal como se comporta en su casa, el Palacio de Buckingham es testigo de la infantil conducta hasta que Holmes mayor llega a escena y saca sus garras para aterrizar a su hermanito. Lo cuál es bastante irónico dado el caso de típicos políticos y gente con poder que juegan como niños pero se destruyen cuando su nuevo juguete les aburre.

El caso de Irene Adler trae consigo más de un efecto. Sirve para que Mycroft reluzca la escasa experiencia sexual de Sherlock en público, para obtener provecho y asilo político, para mantenerse con vida, y tambaleando entre la seguridad y la duda, para tratar de alcanzar el corazón del detective. Jugando con fuego, claro está, pues nada asegura a esta famosa dominatrix que sus aventuras junto a Sherlock terminen como ella las tenía planeadas.

Los escándalos de Adler están en mi memoria no por novelas, si no por las propias noticias del moderno día a día, y recordar de donde esta obvia “metáfora” se influenció para traspasarla a ficción es tarea fácil. Pero como no estoy gratis para farándula política, me quedo con el personaje; la única, Irene, quien es capaz de mucho, y aunque ni ella ni Sherlock quieran reconocerlo, logra incluso que se les mueva el piso a ambos.

La directa escasez de ropa en su primera reunión le deja claro a Sherlock que no es el único con
imaginación para los caprichos, y en un juego entre seducción, peligro de muerte con otros implicados, juegos ganados e intercambios de la figura dominante, Holmes y Adler se llevan equitativamente el mismo puntaje hacia su delicada moral. Pero yo pienso en quienes realmente se llevan el premio, y es que el coreográfico cuadro que se mezcla en ambientes, un calmante y las deducciones de la fémina logran una imagen tan poética que como espectadora me envuelve en el encanto de tal belleza, por lo que en un momento más lúcido, el galardón se lo entrego al grupo de trabajo de detrás de escena.

El transcurso de tiempo reducido en hermosas secuencias nos llevan hasta la Navidad, increíblemente celebrada junto a los pocos pero cada uno de los amigos de la pareja en el 221B, y el ánimo de Sherlock, más irritable que de costumbre se revela en innecesarias muestras de su inteligencia y deducción en contra de Lestrade, la actual pareja de John, y Molly, quien luego de avergonzar en frente de todos, a cuenta de su insensibilidad, le pide disculpas, para la sorpresa de Watson.

A Sherlock le esperan choques a sus sentimientos, y con la supuesta muerte de Adler, su comportamiento se
vuelve aún más extremo, escondiéndose casi completamente en la composición de música junto a su violín, guardando su habla, y tratando de adivinar la contraseña de la evidencia que Irene escondía como seguro en su móvil.
La poesía continúa con el lazo entre él y su hermano, sus dichos, las preocupaciones, que incluso cuando esconden conveniencias e intereses, no dejan de ser reales al enfrentar el sentimiento de alienación cuando se comparan con el resto de los humanos. Lo que por supuesto es soportado por la paciencia y entendimiento de Watson, quien se encarga de que el más joven de los Holmes no recurra a las drogas para apoyar su depresión.

Meses pasan.
Y el renacer de Adler llega punzante con sus directas acusaciones sobre qué tan cercanos son Sherlock y Watson, cuán interesado pueda estar el detective en ella, cuánto debería hacer ella para hacerlo caer en sus encantos, o si existe algún atisbo de inclinación sexual o amorosa en su vida.
Dudas y suposiciones que por supuesto no verán luz, y una de las tantas razones que vuelven a Holmes una criatura fascinante.

El gran secreto está por encima de todas estas implicaciones, y de todos los personajes, incluso de Mycroft y su influencia, o Moriarty y su trabajo de rata de los poderosos.

Con Mycroft resulta perverso entender que sea parte del gran circo que es la política. Tal vez porque se
llega a apreciar al personaje como uno de los cercanos, tal vez porque cualquier montaje de las potencias, en nuestra realidad, culminaría con miles de vidas de personas inocentes. Lo cual en esta obra, no ocurre. Pero resulta muy interesante que la cercanía con la que juega la historia en medio del corazón británico, tan popular, tan respetado, tan Real, se exponga a la franca muestra de trabajos terroristas internos que se ven forzados y forjados para esconder causas que podrían acabar con relaciones internacionales o escándalos mundiales que al parecer son mucho más importantes que las vidas humanas.
Y pese a que no sirva de mucho, considerando que las series de TV son puestas en nuestras narices como “entretenimiento superficial,” nunca está de más el tratar de clickear algunas mentes con un guión que bajo otras circunstancias, no alcanzaría tal aceptación para exponerse.

Hoy me encuentro sin título, y decir más sería manchar el romanticismo de uno de mis capítulos favoritos, el cual en una hora y media, pasa por temas que están tratados de manera exquisita.
Y sin encabezamiento se quedará Sherlock Holmes y lo que pase por su mente o corazón, pero para eso no necesita un nombre, porque sería romper con su delicioso misterio… Misterio que a él mismo le sorprende cuando es capaz de nombrar lo único de una persona, que le hace sonreír y fantasear, hasta llegar a salvar, y hacer lo impensable sin corromper la ilusión. Lo único que logró recibir un título por el propio detective: “La Mujer.”

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