miércoles, 10 de julio de 2013

Iniciación de la duda.

La mezcla entre los sentimientos odiosos y la acción quebranta no sólo el orden del sistema si no la delgada línea del honor.

Los celos, la envidia, la poca voluntad, el fanatismo y la intolerancia no son castigados por aquel sistema, pero podemos sentirlo palpitar a nuestro rededor prácticamente todos los días de alguna u otra forma, aunque no nos incumba, o bien, podemos sentirlo en nuestro interior en al menos una ocasión a lo largo de nuestras vidas.
Santos no somos, pero la lealtad aparentemente sigue existiendo. Sin ese factor que nos hace convivir con el resto, nadie tendría amigos, nadie haría favores sin conveniencia, nadie se alegraría por la felicidad ajena, y probablemente todos acabaríamos muertos antes de nuestro programado destino.

Así se reduce una fatalidad.
El mayor atentado, la muerte de Sherlock Holmes, no sólo es obra de un brillante fanático, ni de las malas decisiones de un hermano mayor, si no del maldito detalle que no aparece en la revisión de un plan maestro, ni las explicaciones que saldrán en los periódicos. El maldito detalle está en lo aparentemente invisible, y si no viéramos aquello, no habríamos aprendido nada de la historia y el método del investigador.

The Reichenbach Fall.

Los últimos meses, la fama de Sherlock Holmes y su compañero  John Watson se ha llenado de flashes y
reconocimientos por parte de particulares y oficiales. El medio palpita sobre estas dos mentes, y piden a cambio sus rostros en periódicos y artículos asumiendo que conocen su relación.
Sherlock, a pesar de sus arranques de ansiedad, está agradecido de tener tanto trabajo. John, por su parte, se muestra preocupado del ojo público puesto sobre su dudosa inclinación sexual. Pero ambos están de acuerdo en que el sombrerito icono que le da imagen al detective en los medios, no es una buena idea para continuar con el titulo de investigador privado.

Pero estas discusiones domésticas no pasan a mayores, comparándolas con lo que sucede en Londres. Y es que Moriarty se encuentra asaltando museos, abriendo prisiones y bancos, y el caos simultáneo no se puede comprender en ningún extremo que cuide por la seguridad pública, tal como un inocente cómic de Superheroes.
Entre la música, el hackeo tecnológico y la megalomanía, Moriarty se autoproclama Rey, y llama a la señal para que todos le aprecien: Traigan a Sherlock.

¿Jim Moriarty parece estar bendito con una de sus pasiones? Y es que la música crea en su actuar las mejores secuencias de la serie cada vez que sus ideas funcionan. Nina Simone, esta vez, con el clásico Sinner Man, cita la tentación “Ve con el diablo” mientras la imagen que conecta con Sherlock sale en portada de todos los periódicos, y no sólo el medio periodístico, si no la fiscalía hace llamar al detective para entregar un perfil del Rey Moriarty y dar a conocer su lazo en pleno juicio.

La preocupación de John por la seguridad de Sherlock pasa a ser una especie de reprimenda a la “sabelotodo” boca de su amigo, y en más de una ocasión, con palabras y miradas, le recuerda que no se meta en problemas.

En la espera, en el baño de la corte, Kitty Riley, una periodista camuflada de fan se le presenta a Sherlock y
él no demuestra interés ni por su profesión ni por su disfraz de piropos a su intelecto. Su respuesta trae consigo lo propio de la desesperación, por tanto la verdad que él ya notó; una sensacionalista que comienza con la pregunta más farandulera de la prensa amorosa; John Watson, John Watson! Dónde te encuentras para defender o esconder lo que a tu amigo le mantiene sin cuidado.
La insistencia de la mujer sólo se gana uno de los comentarios más hirientes del protagonista y sabemos ya que probablemente las aguas no se calmarán después de eso.

En el juicio, los consejos de John nunca fueron tomados en cuenta, y luego de dar clases de leyes y prácticamente probar el grado de inteligencia, Sherlock es encerrado en la cárcel por un discurso censurado que probablemente nos habría hecho reír o darnos contra una pared. El semblante de John estaba al borde de la segunda opción, eso es seguro.

Luego de ser rescatado del calabozo, sólo John se hace presente en el juicio de absolución. Preocupado, John avisa inmediatamente a Sherlock que probablemente Jim irá tras él, pero Sherlock arma una pequeña fiesta para recibirlo con té y música, la cual da pie a una corta y obvia conversación entre dos mentes brillantes que saben de historia musical y casos arreglados.

No hubo engaño de locura en el juicio del plan maestro, sólo amenazas mortales al jurado y tal como Sherlock sospechaba, el genio de Moriarty llegó donde quería estar, promocionándose, con la ayuda del detective, como una mente brillante, ahora buscada por todos los poderosos mundiales para ayudarles en sus tareas.

Jim parece sumergido en sus propias ideas, admiración o competencia, ideas que en un comienzo Sherlock no comprende y sólo se queda con una manzana con la cita “Te debo.”

De todas formas, una conversación poética entre dos seres humanos de la misma especie en diferentes extremos.

Dos meses después, John es contactado por Mycroft Holmes, quien de paso le muestra las andanzas de la periodista Riley, publicando en The Sun el escándalo de la semana, presentando a Sherlock como una farsa, bajo los dichos de un tal Richard Brook, supuesto íntimo amigo del detective.


Mycroft también le presenta unos archivos de asesinos internacionales, los cuales “casualmente” se encuentran todos viviendo o rondando en el perímetro que rodea el apartamento de Baker Street.
Holmes mayor quiere una cosa, que Watson cuide a su hermano, pues ellos dos, como sabemos, tienen una inusual relación familiar.

De vuelta en casa, John se encuentra con un sospechoso sobre en la entrada, el hombre que remodela el hogar de la señora Hudson, y Lestrade y Donovan informando a Sherlock de un nuevo trabajo.

Guardería para niños ricos, el lugar ha sido invadido para extraer cuidadosamente a los hijos de un poderoso embajador, y como un cuento de niños, el lugar, con sospechas aparentemente invisibles, Sherlock encuentra una serie de pistas que le recuerdan a Moriarty.

Para esto, Molly y el laboratorio forman parte de la investigación.

Molly, que ahora no muestra el mismo interés de antes por Sherlock, sí le indica con una comparación familiar, que su fachada le parece triste, especialmente cada vez que John no está pendiente de él. A sí mismo, se adelanta en suponer su lugar en la situación tajantemente, ofreciendo su amistad incondicional, pero dejando su propio perfil en manos de su baja autoestima.
Sherlock curiosamente parece sorprendido y afectado con su actitud.

Con el sobre que John recibió en pleno día, finalmente, luego de algunas pruebas, Sherlock comprende que
el cuento elegido es el de Hansel y Gretel, y con los mensajes que obtiene la policía, buscan el rastro de una antigua dulcería, que cobijaría a los niños secuestrados.

Donovan y Anderson ante tal deducción, parecen más molestos que de costumbre cuando Sherlock presume que su red de vagabundos es más eficiente que el sistema policial.
Lestrade, así, da la orden de búsqueda, sin dudarlo.

Los niños son encontrados en una abandonada dulcería, donde pasaron encerrados sin mas que chocolates para alimentarse, los cuales al ser envueltos en papel con mercurio, les podría haber provocado intoxicación, y más tarde la muerte.

Pero la duda no tarda en aparecer, y luego de que la pequeña viera el rostro de Sherlock, y entrara en shock, Donovan y Anderson no dejan de pensar en la extraña reacción. La cual les lleva a conectar a Sherlock con el caso, pues tanta inteligencia y rapidez no pueden ser parte de una sola mente.

Lestrade, aun así, con un cariño fraternal, trata de animar a Sherlock luego del encuentro con la niña. Pero Sherlock va comprendiendo que Moriarty le sigue a donde él va, y decide retirarse sin más que decir, separándose incluso de John de camino a casa.

En el taxi, sus pensamientos son interrumpidos por un mensaje directo en la televisión del carro. El propio
Moriarty le entrega la corona al Rey Lestrade, y nos relata la metáfora de la duda.
Las palabras de los caballeros que desconfían del valiente hombre y sus aventuras con dragones, mientras siembran la incertidumbre en el Rey, que ya no sabe qué pensar respecto a su querido amigo.

Fiel al cuento, mientras Sherlock reacciona y encuentra al mismísimo Moriarty, ahora de chofer en el taxi, Lestrade debe escuchar a sus subordinados.
Pero no hay descanso para el confundido Sherlock. Y luego de ser salvado de salir atropellado, su salvador, totalmente extraño, cae muerto por un par de disparos, y esto suma más tensión a su persona y a la policía.

Considerando la confesión de Watson sobre Mycroft y los asesinos que viven cerca del 221B, Sherlock comprende que Moriarty sabe exactamente todo lo que hace y así encuentra una cámara que les espía a toda hora en el apartamento.

También se adelanta a deducir a Lestrade y la desconfianza de Donovan, que le presentan como el malo de la película, y la iniciación de la idea que se formula dudas ya no puede desaparecer. Moriarty es, de hecho, brillante.

Lestrade, aun así, se muestra compungido. Sabe que su ética debe tomar acción, pero también sabe que su amistad es honesta y no puede creer que Sherlock Holmes haya caído en el espacio que podría ocupar fríamente alguno de los criminales que atrapa a diario.

Sherlock se sale de sus casillas cuando John le insiste qué podría decir la gente! Ciertamente a Sherlock no le importaba lo que la gente diría, y menos ahora que su atención sólo radica en Watson cayendo en el embrollo que Moriarty ha ido armando. 
Watson es fiel, pero Holmes teme que esa fidelidad tenga un fin con la misma iniciación de duda que Lestrade acababa de sufrir.

En las oficinas de la policía, y gracias a Anderson, el jefe de se entera que Lestrade ha dado información de muchos casos para que Holmes los resuelva. Lestrade es reprendido y enviado a arrestar a Sherlock, con la insistencia de Anderson sobre la posible falsedad de cada caso que el detective ha resuelto.
Hasta los últimos momentos, la lealtad de Lestrade se muestra con una llamada a Watson para dar aviso que irá a arrestar a su amigo.

La señora Hudson recuerda entregar el ultimo misterioso sobre, que contiene una galleta, justo antes de que la policía llegue a arrestar a su inquilino, y este toma sus características ropas, abrigándose con calma, con mirada de despedida al apartamento, para prepararse a su arresto.

John Watson no deja de mostrar enfado ante las acusaciones, mientras sin delicadeza se llevan a su amigo, y Donovan se encarga de recordarle con arrogancia lo que le advirtió en el primer capítulo de esta historia.
Sin más paciencia, luego de que el jefe de la policía se hace presente en el lugar del arresto, después de tratar a Holmes como un ser extraño, Watson arremete con un golpe que se gana también un arresto.

Contento de que su amigo se una a sus planes, Holmes logra escapar gracias a la torpeza de los policías. Espera que a John le esposen a él, y robando un arma, escapa culpándose de fuga.

De la mano, Holmes y Watson recorren el centro de Londres con la policía a sus espaldas, un hombre les salva la vida, otra vez, y la misma consecuencia anterior termina con su vida.

Todas las conexiones llegan a Sherlock y se ve cada vez más sin salida. Es ahí que John recuerda el artículo del tal Richard Brook, por Kitty Riley, y con la tarjeta de recomendación, deciden ir tras aquella pista.

Pero ella ya no está de su lado, y se lo hace saber de inmediato. Aun así, Sherlock insiste en conocer la
identidad de Brook, y justamente en ese momento, él se hace presente con una familiaridad natural.
 
Sherlock y John quedan mudos cuando el rostro de Moriarty cae preso del miedo al ver a los invitados en casa de Riley, y en primera impresión nadie comprende nada.


No hay Moriarty, confiesa Riley, Richard Brook es sólo un actor que Holmes contrató para engañar al Reino Unido y consagrar fama con habilidades que no existen.
La historia logra plantar dudas en Watson, quien no entiende nada, pero Holmes se queda en silencio, maravillándose de la creación digna de un genial villano.
Prueba tras prueba indican que Brook es un actor que gana su vida contando cuentos de niños en la TV y DVDs, y cada segundo que pasa hace que Sherlock comience a reaccionar, explota su rabia, y Brook, o Moriarty, logra escapar rápidamente.

Tratando de descifrar el final de la historia, Sherlock decide separarse de John, y corre a pedir ayuda a
quien se ha descartado por sí misma. Molly Hooper, en el laboratorio, recibe a su amigo sin dudarlo.

John tampoco se queda quieto. Comprende que Mycroft debe conocer a Moriarty, y que su favor nació de un error, al dejar libre al villano luego
de interrogarle por semanas para que soltara un poco de información sobre el código maestro que abre cualquier puerta y resuelve con un click, años de inteligencia privada… A cambio de toda la información que pudiera darle sobre su hermano menor. A cambio de nada. A cambio de todo.
John, ofendido, se retira sin hacer el favor de cerrar la puerta.

En los laboratorios, Sherlock juega con una pelota de goma. Apenas John se hace presente, Sherlock comenta su interés por el gran código para tratar de destruir la falsa identidad de Richard Brook.
En sus recuerdos, un movimiento sutil de Moriarty en su visita al apartamento hace que Sherlock crea tener la respuesta y sin anunciar sus planes, invita a su enemigo al techo del hospital para un encuentro secreto.

John recibe la llamada de paramédicos avisando que la señora Hudson no se encuentra bien, y antes de retirarse se crea una rápida discusión con su amigo, a quien no parece importarle lo sucedido.

Stayin’ Alive, de los Bee Gees es disfrutada y a la vez criticada por Jim Moriarty, quien espera paciente en el techo del hospital.
Su distracción, o lo que alegra su vida no es sólo la música. Lo era Sherlock Holmes, pero demuestra decepción cuando considera que en el gran juego le venció. Aún así, le permite al detective fascinarlo con la deducción: Richard Brook, la identidad ocupada por Moriarty, del alemán Reichenbach, el caso que catapultó a Sherlock a la fama, y lo que acompaña a las cataratas en la vida real, lo que da nombre al capítulo, o lo más importante, el nombre del libro en el que todo está inspirado.

Y el código? No. Otra decepción para Moriarty. El código no existe, y el movimiento de dedos sólo se trataba del detalle, de la pasión… Bach, y su “Partita N° 1.” Moriarty pensó encontrar a alguien similar a él aquel día en la reunión de música y te y manzanas. Pero se siente superado por un confuso Sherlock que se pregunta cómo abrió las puertas de los lugares con más poder y terror de la ciudad, y se ve sorprendido de saber que el dinero puede comprar a cualquier empleado que le haga favores mortales a un individuo.

¿Algo mas quedó en la mente de Sherlock desde aquella tarde? Moriarty le recuerda, y el techo del hospital viene en respuesta a su plan.
La gran caída no es coincidencia.

En el otro extremo, John se percata de que algo va a suceder, cuando ve sana y salva a la señora Hudson, inspeccionando los trabajos del albañil en su hogar.

El techo es testigo de otra conversación poética.
Los amigos de Sherlock perderán su vida si él no finaliza la suya. John, la señora Hudson, y Lestrade.
Entre amenazas, favores y sarcasmo, Holmes y Moriarty se observan desde la misma posición.
Sherlock tiene a su enemigo en sus manos, o se reduce ante él, comparándose, sacrificándose por sus seres queridos, y así, James Moriarty logra verse en el espejo, logra probablemente que el ser que más admira, emocione sus sentidos con su entrega y astucia.

En silencio, estrechan sus manos, y el bello momento cae en pedazos con el rápido suicidio del Rey
Moriarty, volviendo a dejar a Holmes con su plan de salvar a sus amigos destrozado.

Pero eso ya no importa. Ya es tarde.
Retrocediendo a la decisión final… Sherlock, quien ahora ve llegar a su amigo John, se despide mientras se observan a la distancia.

Su nota de suicidio se transforma en la confesión que Moriarty habría querido escuchar. “Sherlock Holmes es una farsa,” y no existe el ser extraordinario poseedor de una fuerte deducción e inteligencia. Todo fue un truco.

¿Todo? Menos las lágrimas que corren por las mejillas del detective. Lágrimas que aunque John no ve, las siente, y por eso, aquel truco no puede ser cierto.
John sabe que Sherlock lo prepara para su despedida, pero no puede aceptarlo, y ni todo el sentimiento derrochado en menos de un minuto alcanza para plasmar incredulidad.

De un momento a otro ya está hecho. Y no hay nada poético en el sonido de un cráneo azotando el pavimento. Ni en el silencio de unos segundos que se sienten como horas, donde casi puedes escuchar a John pensar que lo que está viendo realmente no está sucediendo.
Tampoco hay nada profundo en ser arrollado mientras tu destino es llegar a ayudar a tu amigo. Ni hay un
fácil esfuerzo en el levantarse.

Sólo hay sangre. Las rodillas débiles mientras trata de no desmayarse. Y los ojos muertos de un cuerpo que alguna vez le hizo sonreír.

La lluvia cae en lugar de las lágrimas de John Watson, y el truco finalizó con honor. Al menos de manera silenciosa. Sherlock es una farsa, y sus amigos están a salvo.

Luego de un año y medio en la compañía de su fiel amigo, John en terapia, trata de desahogarse. Pero sus sentidos se lo impiden.

Sin embargo, sus sentimientos son derramados en la tumba de su amigo.
Sin poder creerlo, aun con su lealtad vigente, agradece la compañía. El haber alejado su eterna soledad. El haber encontrado a una persona honesta quien quisiera compartir su tiempo.

Y cuando se quiere tanto, como John a Sherlock, los últimos momentos no llegan, y si se cree en el brillo de una mente, cualquier realidad que se esté viviendo, logra prender la esperanza de que todo lo vivido o incluso la muerte, sean el gran truco. Y eso espera John.

Y John está en lo correcto. Y a la distancia, el genio Sherlock Holmes le observa.

¿Cómo? No tengo idea.
Ha pasado, ciertamente un año y medio, tal y como John con su terapia que ya no necesitaba, pues encontró
a un amigo sin igual, donde esperamos, y seguiremos esperando. Pero la visión es distinta al impacto que nos entregó este final de temporada en aquel entonces. Hoy, me pregunto el porqué principal con menos pasión. Pues no importa cómo Sherlock sobrevive aquí o en otras versiones. Tampoco importa que se haya visto enfrentado con el mejor villano que he visto estos últimos tiempos. Ni el error de un hermano con el que se tiene permanentes peleas familiares.
Son los sentimientos odiosos, que tarde o temprano nos juegan en contra, y Donovan y Anderson brillan gracias a la tragedia. Cada vez que el investigador les ganó, les llevó la contra, los dejó en silencio con sus pobres habilidades, les opacó el trabajo y hasta les ofendió, logró que el par pagara con un simple gesto; el sombrero que Sherlock odia, el día que se le rendía honores. Detalle inofensivo, que a la larga se transformaría en una desconfianza agrandada por la envidia y la sed de venganza. Eso, en perspectiva, me deja pensando. Y la contraparte… Molly Hooper, quien quedó en segundo plano, siendo prácticamente invisible incluso para Moriarty, brilló para ayudar a Holmes cuando ni él sabía que la amistad pasa por sobre las molestas actitudes a las cuales muchas veces nos acostumbramos.

Sentimientos. Parte del gran juego de la vida que hace la diferencia y nos hace escoger bandos para que empujemos al resto, o bien, les demos la mano.