La mezcla
entre los sentimientos odiosos y la acción quebranta no sólo el orden del
sistema si no la delgada línea del honor.
Los celos,
la envidia, la poca voluntad, el fanatismo y la intolerancia no son castigados
por aquel sistema, pero podemos sentirlo palpitar a nuestro rededor
prácticamente todos los días de alguna u otra forma, aunque no nos incumba, o
bien, podemos sentirlo en nuestro interior en al menos una ocasión a lo largo
de nuestras vidas.
Santos no
somos, pero la lealtad aparentemente sigue existiendo. Sin ese factor que nos
hace convivir con el resto, nadie tendría amigos, nadie haría favores sin
conveniencia, nadie se alegraría por la felicidad ajena, y probablemente todos
acabaríamos muertos antes de nuestro programado destino.
Así se
reduce una fatalidad.
El mayor
atentado, la muerte de Sherlock Holmes, no sólo es obra de un brillante
fanático, ni de las malas decisiones de un hermano mayor, si no del maldito
detalle que no aparece en la revisión de un plan maestro, ni las explicaciones
que saldrán en los periódicos. El maldito detalle está en lo aparentemente
invisible, y si no viéramos aquello, no habríamos aprendido nada de la historia
y el método del investigador.
The Reichenbach Fall.
Sherlock, a
pesar de sus arranques de ansiedad, está agradecido de tener tanto trabajo.
John, por su parte, se muestra preocupado del ojo público puesto sobre su dudosa
inclinación sexual. Pero ambos están de acuerdo en que el sombrerito icono que
le da imagen al detective en los medios, no es una buena idea para continuar
con el titulo de investigador privado.
Pero estas
discusiones domésticas no pasan a mayores, comparándolas con lo que sucede en
Londres. Y es que Moriarty se encuentra asaltando museos, abriendo prisiones y
bancos, y el caos simultáneo no se puede comprender en ningún extremo que cuide
por la seguridad pública, tal como un inocente cómic de Superheroes.
Entre la
música, el hackeo tecnológico y la megalomanía, Moriarty se autoproclama Rey, y llama a la señal para que todos
le aprecien: Traigan a Sherlock.
¿Jim
Moriarty parece estar bendito con una de sus pasiones? Y es que la música crea
en su actuar las mejores secuencias de la serie cada vez que sus ideas
funcionan. Nina Simone, esta vez, con el clásico Sinner Man, cita la tentación “Ve
con el diablo” mientras la imagen que conecta con Sherlock sale en portada
de todos los periódicos, y no sólo el medio periodístico, si no la fiscalía
hace llamar al detective para entregar un perfil del Rey Moriarty y dar a conocer su lazo en pleno juicio.
La
preocupación de John por la seguridad de Sherlock pasa a ser una especie de
reprimenda a la “sabelotodo” boca de su amigo, y en más de una ocasión, con
palabras y miradas, le recuerda que no se meta en problemas.
En la
espera, en el baño de la corte, Kitty Riley, una periodista camuflada de fan se
le presenta a Sherlock y
él no demuestra interés ni por su profesión ni por su
disfraz de piropos a su intelecto. Su respuesta trae consigo lo propio de la
desesperación, por tanto la verdad que él ya notó; una sensacionalista que
comienza con la pregunta más farandulera de la prensa amorosa; John Watson,
John Watson! Dónde te encuentras para defender o esconder lo que a tu amigo le
mantiene sin cuidado.
La
insistencia de la mujer sólo se gana uno de los comentarios más hirientes del
protagonista y sabemos ya que probablemente las aguas no se calmarán después de
eso.
En el
juicio, los consejos de John nunca fueron tomados en cuenta, y luego de dar
clases de leyes y prácticamente probar el grado de inteligencia, Sherlock es
encerrado en la cárcel por un discurso censurado que probablemente nos habría
hecho reír o darnos contra una pared. El semblante de John estaba al borde de
la segunda opción, eso es seguro.
Luego de ser
rescatado del calabozo, sólo John se hace presente en el juicio
de absolución. Preocupado, John avisa inmediatamente a Sherlock que
probablemente Jim irá tras él, pero Sherlock arma una pequeña fiesta para
recibirlo con té y música, la cual da pie a una corta y obvia conversación entre
dos mentes brillantes que saben de historia musical y casos arreglados.
No hubo
engaño de locura en el juicio del plan maestro, sólo amenazas mortales al
jurado y tal como Sherlock sospechaba, el genio de Moriarty llegó donde quería
estar, promocionándose, con la ayuda del detective, como una mente brillante,
ahora buscada por todos los poderosos mundiales para ayudarles en sus tareas.
Jim parece sumergido en sus propias ideas, admiración o competencia, ideas que en un comienzo Sherlock no comprende y sólo se queda con una manzana con la cita “Te debo.”
De todas
formas, una conversación poética entre dos seres humanos de la misma especie en
diferentes extremos.
Dos meses
después, John es contactado por Mycroft Holmes, quien de paso le muestra las
andanzas de la periodista Riley, publicando en The Sun el escándalo de la
semana, presentando a Sherlock como una farsa, bajo los dichos de un tal
Richard Brook, supuesto íntimo amigo del detective.
Mycroft
también le presenta unos archivos de asesinos internacionales, los cuales
“casualmente” se encuentran todos viviendo o rondando en el perímetro que rodea
el apartamento de Baker Street.
Holmes mayor
quiere una cosa, que Watson cuide a su hermano, pues ellos dos, como sabemos,
tienen una inusual relación familiar.
De vuelta en
casa, John se encuentra con un sospechoso sobre en la entrada, el hombre que
remodela el hogar de la señora Hudson, y Lestrade y Donovan informando a
Sherlock de un nuevo trabajo.
Guardería
para niños ricos, el lugar ha sido invadido para extraer cuidadosamente a los
hijos de un poderoso embajador, y como un cuento de niños, el lugar, con
sospechas aparentemente invisibles, Sherlock encuentra una serie de pistas que le
recuerdan a Moriarty.
Para esto, Molly y el laboratorio forman parte de la investigación.
Molly, que
ahora no muestra el mismo interés de antes por Sherlock, sí le indica con una
comparación familiar, que su fachada le parece triste, especialmente cada vez
que John no está pendiente de él. A sí mismo, se adelanta en suponer su lugar
en la situación tajantemente, ofreciendo su amistad incondicional, pero dejando
su propio perfil en manos de su baja autoestima.
Sherlock
curiosamente parece sorprendido y afectado con su actitud.
Con el sobre
que John recibió en pleno día, finalmente, luego de algunas pruebas, Sherlock
comprende que
el cuento elegido es el de Hansel y Gretel, y con los mensajes
que obtiene la policía, buscan el rastro de una antigua dulcería, que cobijaría
a los niños secuestrados.
Donovan y Anderson
ante tal deducción, parecen más molestos que de costumbre cuando Sherlock
presume que su red de vagabundos es más eficiente que el sistema policial.
Lestrade,
así, da la orden de búsqueda, sin dudarlo.
Los niños
son encontrados en una abandonada dulcería, donde pasaron encerrados sin mas
que chocolates para alimentarse, los cuales al ser envueltos en papel con
mercurio, les podría haber provocado intoxicación, y más tarde la muerte.
Pero la duda
no tarda en aparecer, y luego de que la pequeña viera el rostro de Sherlock, y
entrara en shock, Donovan y Anderson no dejan de pensar en la extraña reacción.
La cual les lleva a conectar a Sherlock con el caso, pues tanta inteligencia y
rapidez no pueden ser parte de una sola mente.
Lestrade,
aun así, con un cariño fraternal, trata de animar a Sherlock luego del
encuentro con la niña. Pero Sherlock va comprendiendo que Moriarty le sigue a
donde él va, y decide retirarse sin más que decir, separándose incluso de John
de camino a casa.
En el taxi,
sus pensamientos son interrumpidos por un mensaje directo en la televisión del
carro. El propio
Moriarty le entrega la corona al Rey Lestrade, y nos relata la
metáfora de la duda.
Las palabras
de los caballeros que desconfían del valiente hombre y sus aventuras con
dragones, mientras siembran la incertidumbre en el Rey, que ya no sabe qué
pensar respecto a su querido amigo.
Fiel al
cuento, mientras Sherlock reacciona y encuentra al mismísimo Moriarty, ahora de
chofer en el taxi, Lestrade debe escuchar a sus subordinados.
Pero no hay
descanso para el confundido Sherlock. Y luego de ser salvado de salir
atropellado, su salvador, totalmente extraño, cae muerto por un par de
disparos, y esto suma más tensión a su persona y a la policía.
Considerando
la confesión de Watson sobre Mycroft y los asesinos que viven cerca del 221B,
Sherlock comprende que Moriarty sabe exactamente todo lo que hace y así
encuentra una cámara que les espía a toda hora en el apartamento.
También se
adelanta a deducir a Lestrade y la desconfianza de Donovan, que le presentan
como el malo de la película, y la iniciación de la idea que se formula dudas ya
no puede desaparecer. Moriarty es, de hecho, brillante.
Lestrade,
aun así, se muestra compungido. Sabe que su ética debe tomar acción, pero
también sabe que su amistad es honesta y no puede creer que Sherlock Holmes
haya caído en el espacio que podría ocupar fríamente alguno de los criminales
que atrapa a diario.
Sherlock se
sale de sus casillas cuando John le insiste qué podría decir la gente!
Ciertamente a Sherlock no le importaba lo que la gente diría, y menos ahora que
su atención sólo radica en Watson cayendo en el embrollo que Moriarty ha ido
armando.
Watson es
fiel, pero Holmes teme que esa fidelidad tenga un fin con la misma iniciación
de duda que Lestrade acababa de sufrir.
En las
oficinas de la policía, y gracias a Anderson, el jefe de se entera que Lestrade
ha dado información de muchos casos para que Holmes los resuelva. Lestrade es
reprendido y enviado a arrestar a Sherlock, con la insistencia de Anderson
sobre la posible falsedad de cada caso que el detective ha resuelto.
Hasta los
últimos momentos, la lealtad de Lestrade se muestra con una llamada a Watson
para dar aviso que irá a arrestar a su amigo.
La señora
Hudson recuerda entregar el ultimo misterioso sobre, que contiene una galleta,
justo antes de que la policía llegue a arrestar a su inquilino, y este toma sus
características ropas, abrigándose con calma, con mirada de despedida al
apartamento, para prepararse a su arresto.
John Watson
no deja de mostrar enfado ante las acusaciones, mientras sin delicadeza se
llevan a su amigo, y Donovan se encarga de recordarle con arrogancia lo que le advirtió
en el primer capítulo de esta historia.
Sin más
paciencia, luego de que el jefe de la policía se hace presente en el lugar del
arresto, después de tratar a Holmes como un ser extraño, Watson arremete con un
golpe que se gana también un arresto.
Contento de
que su amigo se una a sus planes, Holmes logra escapar gracias a la torpeza de
los policías. Espera que a John le esposen a él, y robando un arma, escapa
culpándose de fuga.
De la mano,
Holmes y Watson recorren el centro de Londres con la policía a sus espaldas, un
hombre les salva la vida, otra vez, y la misma consecuencia
anterior termina con su vida.
Todas las
conexiones llegan a Sherlock y se ve cada vez más sin salida. Es ahí que John
recuerda el artículo del tal Richard Brook, por Kitty Riley, y con la tarjeta
de recomendación, deciden ir tras aquella pista.
Pero ella ya
no está de su lado, y se lo hace saber de inmediato. Aun así, Sherlock insiste
en conocer la
identidad de Brook, y justamente en ese momento, él se hace presente
con una familiaridad natural.
Sherlock y
John quedan mudos cuando el rostro de Moriarty cae preso del miedo al ver a los
invitados en casa de Riley, y en primera impresión nadie comprende nada.
No hay
Moriarty, confiesa Riley, Richard Brook es sólo un actor que Holmes contrató
para engañar al Reino Unido y consagrar fama con habilidades que no existen.
La historia
logra plantar dudas en Watson, quien no entiende nada, pero Holmes se queda en
silencio, maravillándose de la creación digna de un genial villano.
Prueba tras
prueba indican que Brook es un actor que gana su vida contando cuentos de niños
en la TV y DVDs, y cada segundo que pasa hace que Sherlock comience a
reaccionar, explota su rabia, y Brook, o Moriarty, logra escapar rápidamente.
Tratando de
descifrar el final de la historia, Sherlock decide separarse de John, y corre a
pedir ayuda a
quien se ha descartado por sí misma. Molly Hooper, en el
laboratorio, recibe a su amigo sin dudarlo.
John tampoco se
queda quieto. Comprende que Mycroft debe conocer a Moriarty, y que su favor
nació de un error, al dejar libre al villano luego
de interrogarle por semanas
para que soltara un poco de información sobre el código maestro que abre
cualquier puerta y resuelve con un click, años de inteligencia privada… A cambio
de toda la información que pudiera darle sobre su hermano menor. A cambio de
nada. A cambio de todo.
John,
ofendido, se retira sin hacer el favor de cerrar la puerta.
En los
laboratorios, Sherlock juega con una pelota de goma. Apenas John se hace
presente, Sherlock comenta su interés por el gran código para tratar de
destruir la falsa identidad de Richard Brook.
En sus
recuerdos, un movimiento sutil de Moriarty en su visita al apartamento hace que
Sherlock crea tener la respuesta y sin anunciar sus planes, invita a su enemigo
al techo del hospital para un encuentro secreto.
John recibe
la llamada de paramédicos avisando que la señora Hudson no se encuentra bien, y
antes de retirarse se crea una rápida discusión con su amigo, a quien no parece
importarle lo sucedido.
Stayin’
Alive, de los Bee Gees es disfrutada y a la vez criticada por Jim Moriarty,
quien espera paciente en el techo del hospital.
Su
distracción, o lo que alegra su vida no es sólo la música. Lo era Sherlock
Holmes, pero demuestra decepción cuando considera que en el gran juego le
venció. Aún así, le permite al detective fascinarlo con la deducción: Richard
Brook, la identidad ocupada por Moriarty, del alemán Reichenbach, el caso que
catapultó a Sherlock a la fama, y lo que acompaña a las cataratas en la vida
real, lo que da nombre al capítulo, o lo más importante, el nombre del libro en
el que todo está inspirado.
Y el código?
No. Otra decepción para Moriarty. El código no existe, y el movimiento de dedos
sólo se trataba del detalle, de la pasión… Bach, y su “Partita N° 1.” Moriarty
pensó encontrar a alguien similar a él aquel día en la reunión de música y te y
manzanas. Pero se siente superado por un confuso Sherlock que se pregunta cómo
abrió las puertas de los lugares con más poder y terror de la ciudad, y se
ve sorprendido de saber que el dinero puede comprar a cualquier empleado que le
haga favores mortales a un individuo.
¿Algo mas
quedó en la mente de Sherlock desde aquella tarde? Moriarty le recuerda, y el
techo del hospital viene en respuesta a su plan.
La gran
caída no es coincidencia.
En el otro
extremo, John se percata de que algo va a suceder, cuando ve sana y salva a la
señora Hudson, inspeccionando los trabajos del albañil en su hogar.
Los amigos
de Sherlock perderán su vida si él no finaliza la suya. John, la señora Hudson,
y Lestrade.
Entre
amenazas, favores y sarcasmo, Holmes y Moriarty se observan desde la misma
posición.
Sherlock
tiene a su enemigo en sus manos, o se reduce ante él, comparándose,
sacrificándose por sus seres queridos, y así, James Moriarty logra verse en el
espejo, logra probablemente que el ser que más admira, emocione sus sentidos
con su entrega y astucia.
Pero eso ya
no importa. Ya es tarde.
Retrocediendo
a la decisión final… Sherlock, quien ahora ve llegar a su amigo John, se
despide mientras se observan a la distancia.
Su nota de
suicidio se transforma en la confesión que Moriarty habría querido escuchar.
“Sherlock Holmes es una farsa,” y no existe el ser extraordinario poseedor de
una fuerte deducción e inteligencia. Todo fue un truco.
¿Todo? Menos
las lágrimas que corren por las mejillas del detective. Lágrimas que aunque
John no ve, las siente, y por eso, aquel truco no puede ser cierto.
John sabe
que Sherlock lo prepara para su despedida, pero no puede aceptarlo, y ni todo
el sentimiento derrochado en menos de un minuto alcanza para plasmar
incredulidad.
De un
momento a otro ya está hecho. Y no hay nada poético en el sonido de un cráneo
azotando el pavimento. Ni en el silencio de unos segundos que se sienten como
horas, donde casi puedes escuchar a John pensar que lo que está viendo
realmente no está sucediendo.
Tampoco hay
nada profundo en ser arrollado mientras tu destino es llegar a ayudar a tu
amigo. Ni hay un
fácil esfuerzo en el levantarse.
Sólo hay
sangre. Las rodillas débiles mientras trata de no desmayarse. Y los ojos
muertos de un cuerpo que alguna vez le hizo sonreír.
La lluvia cae en lugar de las lágrimas de John Watson, y el truco finalizó con honor. Al menos de manera silenciosa. Sherlock es una farsa, y sus amigos están a salvo.
Luego de un año y medio en la compañía de su fiel amigo, John en terapia, trata de desahogarse. Pero sus sentidos se lo impiden.
Sin embargo, sus sentimientos son derramados en la tumba de su amigo.
Sin poder
creerlo, aun con su lealtad vigente, agradece la compañía. El haber alejado su
eterna soledad. El haber encontrado a una persona honesta quien quisiera
compartir su tiempo.
Y cuando se
quiere tanto, como John a Sherlock, los últimos momentos no llegan, y si se
cree en el brillo de una mente, cualquier realidad que se esté viviendo, logra
prender la esperanza de que todo lo vivido o incluso la muerte, sean el gran
truco. Y eso espera John.
Y John está
en lo correcto. Y a la distancia, el genio Sherlock Holmes le observa.
¿Cómo? No
tengo idea.
Ha pasado,
ciertamente un año y medio, tal y como John con su terapia que ya no
necesitaba, pues encontró
a un amigo sin igual, donde esperamos, y seguiremos esperando. Pero la
visión es distinta al impacto que nos entregó este final de temporada en aquel entonces. Hoy, me
pregunto el porqué principal con menos pasión. Pues no importa cómo Sherlock
sobrevive aquí o en otras versiones. Tampoco importa que se haya visto
enfrentado con el mejor villano que he visto estos últimos tiempos. Ni el error
de un hermano con el que se tiene permanentes peleas familiares.
Son los
sentimientos odiosos, que tarde o temprano nos juegan en contra, y Donovan y
Anderson brillan gracias a la tragedia. Cada vez que el investigador les ganó,
les llevó la contra, los dejó en silencio con sus pobres habilidades, les opacó
el trabajo y hasta les ofendió, logró que el par pagara con un simple gesto; el
sombrero que Sherlock odia, el día que se le rendía honores. Detalle
inofensivo, que a la larga se transformaría en una desconfianza agrandada por
la envidia y la sed de venganza. Eso, en perspectiva, me deja pensando. Y la
contraparte… Molly Hooper, quien quedó en segundo plano, siendo prácticamente
invisible incluso para Moriarty, brilló para ayudar a Holmes cuando ni él sabía
que la amistad pasa por sobre las molestas actitudes a las cuales muchas veces nos acostumbramos.
Sentimientos.
Parte del gran juego de la vida que hace la diferencia y nos hace escoger
bandos para que empujemos al resto, o bien, les demos la mano.
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